miércoles, 15 de abril de 2020

Cita médica en Majadahonda II

Llegué al hospital a las diez, pero mi cita no era hasta las 11.30, así que le pregunté al guardia de seguridad que estaba fuera con su mascarilla: "Perdona, como mi cita no es hasta dentro de una hora y media, ¿puedo irme a dar una vuelta por el jardín?" "Sí claro, claro que puedes" Porque aquello a fin de cuentas es propiedad privada; es como si fuera el jardín de la casa de alguien. A mí me dio el súpersubidón. "Pero quizás puedes intentar ver si te pueden atender ahora"  


Ahora no sé muy bien por qué le hice caso en vez de irme para el verde inmediatamente, el caso es que lo hice. Me dirigí a la puerta, que se abrió... y me encontré ahí un dispositivo de seguridad, con cintas de bandas rojas y blancas de plástico acotando el paso y dos enfermeros a modo de escoltas. La enfermera me preguntó: "¿Tienes tos, o fiebre, o dificultad para respirar?" Yo que soy muy espabilada en seguida me di cuenta de por dónde iban los tiros: "Es que yo ya lo he pasado hace cinco semanas".  Me sorprende que no tengan prevista esa situación, porque reflexionó en voz alta: "¿y contigo qué hacemos? Espera un momento aquí" 

Pues ahí me tuvieron un rato esperando, en un limbo incómodo entre el verde y mi cita, porque el pasillo de las consultas estaba cerrado; había un cartel que ponía "Con la luz roja, no pasar", y la luz estaba roja. Por lo visto estaban trasladando pacientes, o algo así. "Oye, si queréis espero fuera" "Hombre, es que no quiero hacerte esperar en el frío" "No, si lo prefiero..." Total, que al final negociamos que les dejaba mi móvil y me llamarían cuando se pudiera pasar.... ¡¡¡y al verdecito!!!

Qué gusto, andar por el césped, casi no me lo podía creer. Me acordé de Pili y de cómo le gustaría a ella poder tener un poquito de esto, y me hice una foto para mandársela. Quizás no debería haberlo hecho, no era mi intención darle envidia ni vacilar, fue como intentar compartir mi alegría con alguien que sabía que lo entendería.



Me adentré en el jardín semi-silvestre... lirios... lirios a mogollón, y mi corazón casi daba saltos de alegría... ¡qué bonitos! Le quería hacer foto a todo, para llevarme un poquito de primavera a casa conmigo, lo malo es que no me quedaba casi batería y tenía que dosificátmela.

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Y las jaras en flor, y el olorcito a jara, qué maravilla... Esta la fotografié pensando en mi sobrina y el nombre tan bonito que tiene.



¿Y esta otra planta? Creo que la conocía pero no creo haberla visto en flor...¡qué colores tan bonitos! Estuve un buen rato haciendo tiempo paseando, viendo conejitos corriendo a mi paso, mirando todas los brotes naciendo... (hasta hice pis por allí, porque me meaba y no podía pasar al hospital, jajaja, una con la naturaleza) Me acerqué al riachuelillo y miré las piedras por si había alguna que llevarme a casa para crochetearla...

En un momento dado recibí la llamada para ir a la consulta. En cinco minutos o algo más estaba pasando por la puerta del hospital. 

La parte de la cita médica ni la voy a contar, porque no sé si os habréis dado cuenta pero no es de eso de lo que va este post. Así que digamos que al salir de la consulta aún me quedaban otro par de horitas largas para pasear por el jardín, y allá que me lancé de nuevo. Me lo tomé con calma y hasta me tumbé un rato en un banco y cerré los ojos, y me puse a escuchar los pajaritos, que había un montón montanto su algarabía, y yo diría que hasta me quedé un poco traspuesta.


Luego seguí andando, más conejitos, me paré en una especie de isleta con lavanda, pasando mi mano por las hojas y oliéndola... ¡qué olor más rico! Aún no tenía flores, pero las hojas huelen deliciosamente también. La lavanda estaba en una especie de isletilla, rodeada de grava de canto rodado, y me entretuve un rato buscando una wishing stone y alguna otra que tuviera una forma bonita. Me pareció muy curioso cómo esto me calmaba y me entretenía tanto, casi conectándome con algo primitivo dentro de mí, como un instinto recolector, como cuando en la playa cojo conchas.


Aproveché también para quitarme las zapatillas y los calcetines y andar descalza por la zona que tenía césped. Aunque estuviera mojado por la lluvia que había caído... ¿qué más daba? ¡Más gusto en los pies! Frío no hacía para nada.

Ya iba siendo hora de volver. Me fui al césped de justo en frente del hospital. Toqué el suelo y comprobé con alegría que esa zona no estaba mojada. Me tumbé debajo del aligustre donde solía tumbarme cada día después de la rehabilitación, mientras esperaba el autobús. Me quité las zapatillas y los calcetines de nuevo y planté los pies en la tierra para absorber su energía. Mmmm.... qué maravilla... Gracias, gracias, gracias...


Cuando llegó la hora cogí el bus. Iba yo sola. Al llegar a Moncloa pensé: "¿Quién dice que tengo que volver en bus desde aquí a casa? ¿Quién determina la distancia máxima que puedo hacer trasladándome a pie en vez de en transporte público?  Me vendría tan bien un poco de ejercicio "significativo" en vez de saltos de comba, abdominales y gili****eces en el salón de casa...

Así que pasito a pasito, a paso ligero, fui bajando por el Paseo Pintor Rosales con el Parque del Oeste a mi derecha, luego el parque del Templo de Debod, luego Plaza de España y las obras (pude ver los restos de las caballerizas culpables de que se hayan retrasado tanto), luego toda la Plaza de Oriente y el Palacio Real, el Viaducto sobre la calle Segovia, la iglesia de San Francisco el Grande, Puerta de Toledo y finalmente, casita. 

Y esa tarde ya no me importó estar en casa. Me sentía "normal", no enclaustrada, como hacía muuucho -más de un mes- que no me sentía.

Al día siguiente tenía otra cita médica en Embajadores. Jeje.

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