domingo, 12 de abril de 2020

Cita clandestina

Ayer tuve un sueño muy raro, super vívido. En el sueño yo le había dicho a Quique -que vive a escasos 5 minutos andando de mi casa- que ya que yo ya había pasado la Covid-19 y había transcurrido un tiempo más que prudencial para tener la certeza de que ya no era vector de contagio, -y estaba hasta el chirri de estar en casa con mis gatos- que por qué no me iba un día a comer a su terracita, al solete, y disfrutar de socializar con una persona de carne y hueso delante, ya que los dos vivimos solos y estábamos empezando a considerar pintar caras en los balones. Tuvimos la conversación de si moralmente estaba bien o no, y superado ese escollo pensamos que íbamos a hacerlo.


 En el sueño planificábamos todos los detalles por si la policía me detenía a mitad de camino preguntándome que dónde iba (porque se ha puesto así la cosa por el barrio) y acordábamos que lo mejor era que llevara el cable jodido de mi portátil en la mochila, y decir que iba buscando una tienda de electrónica -hay muchas en su zona. Si no me paraba nadie, abriría el portal con las llaves que tengo de su casa como si fuera el mío, y listo.

 La mañana del sábado que iba a ir me levantaba como nerviosita y emocionada, haciendo el chili con carne que había prometido llevar, todo el rato como con mariposas en el estómago, anticipando la cita clandestina y los riesgos del camino... Finalmente todo salía bien y llegaba a su casa sin incidentes.

Al entrar por la puerta y verme cara a cara con él yo no sabía muy bien cómo saludarle; ¿teníamos que evitar darnos un beso? ¿Nos podíamos dar un abrazo? Antes de que yo dijera nada el sonreía al verme llegar y sacaba el codo, en el saludo que se está popularizando en estos tiempos. Yo también sacaba el codo/pollo y chocábamos.


Total, que pasábamos la tarde en su terracita, felices con el reencuentro con each other en concreto y con la vida social en abstracto. Y me decía: "Es una pena que no te puedas quedar al aplauso, porque se monta una buenísima" Yo le contestaba que no podía, porque si me esperaba a las ocho me quedaría sin excusa para la poli a la vuelta, porque las tiendas ya no estarían abiertas.

Al final estábamos tan a gusto de charleta, al solete, disfrutando de un plan fantástico no solo en tiempos de coronavirus, sino siempre, que se nos pasaba el tiempo sin darnos cuenta. Poco antes de las ocho oíamos unas voces de un vecino en el edificio de en frente hablando desde como el cuarto o quinto piso, a unos periodistas que pasaban por la calle con cámaras. Les gritaba: "¡Venid justo después del aplauso, como a y diez, que toda la calle sacamos las fregonas por las ventanas en homenaje a los profesionales de la limpieza que también se lo merecen! ¡Es "la fregonada"! No os lo perdáis!"

A las 7:57 empezaba a oírse el chapoteo de las palmas, como una tormenta de verano, cada vez más alto, cada vez más cerca...y efectivamente, acababa desatándose la gran tormenta; todos los balcones super concurridos, gente de todas las edades; la viejita de la bata, la chica jóven sentada en su silla plegable... Una niña pequeña jaleaba desde su balcón: "¡Venga, arriba esas palmas!". Mientras, Quique grababa todo con una go-pro que tenía. Al cabo de un rato empezaban a salir las fregonas por las ventanas y los balcones; fregonas de todos los colores, como flores de tallos largos buscando el sol. Por fin venían los periodistas y empezaban a grabarlo todo desde la calle... la gente se venía más arriba... todo el chou

Luego, poco a poco la tormenta cesaba y la calle volvía a su normalidad con el sol poniéndose en el horizonte. Algunos vecinos se quedaban charlando de balcón a balcón, de edificio a edificio, y yo me volvía ya para casa. Quique se asomaba a las escaleras mientras yo bajaba y me decía: "Mándame un mensaje diciéndome que has llegado bien"

Al llegar a casa, le mandaba un Telegram: "No me han pillao los malos"


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