domingo, 25 de enero de 2015

Adios Flechita

A sus 85 años huroniles, un 16 de enero, Flechita dijo adios. 

Hace poco más de dos años le diagnosticaron un insulinoma, un tumorcito en el páncreas que hacía que sus niveles de glucosa estuvieran muy bajos. Así se convirtió en una enfermita crónica que requería su medicación mañana y noche, pero bien tratada, su enfermedad no le hizo mucha mella hasta mucho después; ¡aún tenía energía para rato la tía!


Pero paulatinamente a lo largo de los últimos meses se fue apagando cada vez más. Se convirtió en una ancianita plácida que sacaba tranquila satisfacción de compartir su siestecita enroscada sobre mis piernas y se movía lo justo, para dar un garbeillo al baño, limpiarse los morros en la alfombra del salón despues de comer... Si había algo inusual por ahí se acercaba a husmearlo un poco, y se volvía a la habitación a continuar su siesta.

Ah, y sus paseos a la cocina a beber. Por alguna razón se empecinó en que el agua que yo le ponía en un cuenco no era de fiar, así que se iba a la cocina (parándose al lado de cada puerta que se encontraba cerrada, porque sabía que tarde o temprano se abriría "sola") hasta tener acceso al "balconcillo"donde está el cubo de agua de regar. Pero cada vez le costaba más ponerse de pie sobre sus patas traseras para llegar, y la última semana la tenía que sujetar yo. Yo intentaba desdramatizarlo, y hablaba a Flecha como si fuera por torpeza y no por debilidad, porque no quería contagiarla de la tristeza que me producía.

Me llegaron a desesperar los esfuerzos y las atenciones contínuas que requirió al final; sus papillas cuatro veces al día, sus medicinas mañana y noche, perseguirla con la fregona para limpiar en cuanto decidiera que ahí estaba su baño, en los últimos meses lavarla cuando se manchaba de caca porque sus patitas de atrás no le sujetaban bien, quitar la funda del edredón recién lavada después de un "accidente" suyo, porque acaba de tener otro "accidente" y jurarme que ya no la dejaría subir a mi cama ni una vez más... muy duro todo, mucho desgaste. 

Pero ella ni se enteró; la cuidé, y lo hice con todo cariño, no porque supiera que era mi obligación moral sino porque era también lo que mi corazón quería; hacer que ella estuviera bien y a gusto. 

Iba asumiendo sus crecientes incapacidades poco a poco, sin llegar a verla en un momento dramático o preocupante, hasta que el viernes pasado se negó en redondo a comer. Tuve que hacerle un caldo de pollo y dárselo con una geringuilla para poder darle su medicina y de paso hidratarla un poco. La cogí para dárselo y estaba muy flojita, tenía muy poco tono muscular, como un guiñapito. A lo largo del día muchas más señales de que no iba a vivir mucho más. Debilidad, no dolor aparente, eso es lo bueno.

La última noche, durmiendo junto a mi cama


Por la mañana, a las ocho, me desperté y miré una vez más cómo estaba Flecha, y la vi respirando fatigosamente. Contraveniendo mi propia norma la subí a mi cama con la manta, y la tuve en mi regazo un rato, mirándola, mimándola, acompañándola. De repente, levantó la cabecita un poco como para coger aire, y dio su último suspiro. Uf.


El sábado la llevé a enterrar en la Casa de Campo. Fue nuestra última aventura juntas.






Gracias Flecha por compartir tu vida conmigo. Ya te echo de menos.

jueves, 15 de enero de 2015

Reflexión post navideña

Año tras año las navidades se han ido impregnando poco a poco para mí del significado que me gusta que tengan, y cada vez las celebro con más satisfacción y las tengo más cariño. A quienes odian las navidades -como fue mi caso en la adolescencia- les sugeriría que no se queden en lo que se supone que representan; que las adapten a algo que para ellos tenga sentido y celebren eso.

Yo celebro el solsticio, la entrada del invierno; las vacaciones son una especie de retiro invernal en el que puedo pasar tiempo en casa, en mi soledad sosegada y productiva; hacer manualidades explorando nuevas técnicas, concentrándome en mis tareas mientras los días pasan lentos sin preocuparme del reloj, con la ilusión de que los regalitos que hago con cariño y dedicación gusten a los agasajados. Cada regalo contiene una historia: sobre la idea, los materiales, su elaboración...





También celebro con regocijo las reuniones en familia, disfrutar todos juntos con padres, hermanos, sobrino y sobrinas, e incluso perros; las risas que nos echamos todos con lo que se nos ponga delante... (aunque a veces pueda haber algún "altercado" digamos desarmónico). 

Mi sobrina Jara parece que tiene clara también esta relación mental navidades/risas, aunque para ella el papeo también es digno de celebración -bien por ella.