miércoles, 25 de marzo de 2020

De aplausos y compras en tiempos del coronavirus

Lo que los primeros días parecía una explosión de solidaridad, poco a poco va apagándose, o quizás cambiando. Empieza a haber noticias de personas que vigilan e increpan desde sus ventanas y sus balcones a quienes que van por la calle, exortándoles de mala manera a que se queden en casa, sin tener ni idea de si esa chica que ven  es una enfermera que vuelve del trabajo tras una jornada extenuante ayudando a salvar vidas, o si ese padre que pasea a su hijo tiene efectivamente un permiso médico para hacerlo porque su hijo es autista... o cualquier otra circunstancia justificable en mayor o menor medida. Pero supongo que todo es comprensible, la gente está hasta la bola de estar en casa y rabia cuando sospechan que alguien está saltándose el estricto protocolo que ellos mismos están sufriendo.

Lo entiendo, no todo es rainbows and flowers como queríamos creer al principio; con el tiempo ese subidón "romantico" se desinfla. Yo misma no he salido a aplaudir los dos últimos días. Antes de ayer porque no, porque no me apetecía. Antes de que fuera la hora cerré las persianas y me parapeté en mi enclaustramiento. Cuando empezaron los aplausos estuve un poco tentada, pero me dije: "Mira, no va a ser todos los días. Hoy paso".

Y ayer porque aprovechando que hoy ya acababa mi cuarentena total, bajé a tirar la basura, los envases y de paso a hacer alguna compra. Eran las ocho menos cuarto, y pensé que aunque había leído que los super cerraban antes, no lo harían antes de las ocho. Pero al llegar a Día estaba cerrado. En vez de volverme para casa, ya que estaba en la calle aproveché para darme un paseo hasta Mercadona aunque sospechaba fuertemente que también estaría cerrado, pero a ver, en estos tiempos de enclaustramiento un paseo es un paseo... 

No me equivocaba; el cierre del Mercadona estaba echado, pero la frutería de enfrente tenía la luz encendida. Dentro había un hombre jóven de aspecto indio o paquistaní, sentado detrás del mostrador, y ya que no me quedaba más que una mandarina en casa, pensé que aprovecharía además para hacer gasto en tiendas de barrio, que obviamente están pasándolo mal.

Yo llevaba mi máscara puesta y el tendero también. Le pregunté cuál era el protocolo, y antes de que me contestara vi los guantes de plástico y me puse uno en cada mano, no sé por qué. Obviamente yo no temía ya por contagiarme, lo hacía más bien por él, por no ponerle nervioso y por no contaminar las cosas que otros vendrían después a comprar, se veía todo tan "expuesto"...

Recorrí con mi mirada todos los cajones de frutas y verduras para decidir qué comprar, pero pronto me di cuenta de que todo el producto presentaba un aspecto desolador; naranjas arrugadas, deshidratadas, plátanos negros, fresas mohosas que ni siquiera se habían molestado en retirar, patatas llenas de brotes... todo muy decadente y lamentable. Muy, muy lamentable y deprimente.

Por una especie de solidaridad, y ya que estaba dentro, decidí comprar algo, cualquier cosa. Acabé eligiendo unas manzanas con un aspecto aceptable, unas naranjas regulares y unos tomates aceptables también. Tenía ganas de pagar y salir de allí. Al acercar los productos al mostrador no sabía muy bien cómo hacerlo...  todo era un poco torpe; poner la fruta en la báscula, luego cogerla yo en vez de que la cogiera él, mirando su mano derecha sin enguantar... una paranoia muy rara, muy absurdo y ridículo.

Al salir por fin de la frutería decidí andar de vuelta a casa leeentameeenteee... Total, llevaba compra en la bolsa, y si me paraba la policía no me iban a meter un puro por no andar más rápido. De hecho vi pasar un coche policial que pasó de largo. Yo ya iba por mi plaza y aunque me había olvidado de coger mi móvil y no sabía la hora exacta, sabía que tenían que ser cerca de las ocho, la hora de los aplausos a los sanitarios. Pensé que molaría verlo desde abajo, así que decidí remolonear hasta que empezaran.

Entonces escuché los primeros aplausos en la distancia, y me paré en medio de la plaza. Había una chica paseando a su perro que también se detuvo. Y poco a poco, como cuando empieza una tormenta de verano, el "chap, chap, chap" fue subiendo de volumen, acercándose cada vez más y más, hasta llenar completamente el silencio de las calles desiertas. Decidí no subir a casa aún, y dar un pequeño rulillo hasta que los aplausos acabaran -no suelen pasar de los cinco minutos- y bajé de nuevo a Ronda de Toledo para volver a subir por Ribera de Curtidores. En todas las fachadas de las casas se veían personas asomadas, aunque no era ni mucho menos un seguimiento masivo; quezás una quinta parte como mucho. Bueno, tampoco está mal.

En los soportales de Ribera vi un indigente rodeado de cajas de cartón que me saludó sonriente, enseñándome su boca desdentada. Me paré y a cierta distancia le pregunté que qué tal estaba, que como lo llevaba. Que bien -seguía sonriendo- "Aquí, fumando" Le pregunté si tenía comida, y si necesitaba algo, y le ofrecí lo que había comprado, a pesar de que pensé que sin dientes le iba a resultar difícil comérselo. Lo rechazó alegando precísamente eso: "Es que estoy ya viejo, tengo 50 años". Le regañé riéndome, diciéndole que esa era también mi edad. Me dijo que era de Marruecos, y  que la gente en España era muy maja... por lo visto le estaban dando comida y no le hacía falta nada. Me despedí con una sonrisa y deseándole que le fuera bien y me dirigí a casa, con los aplausos desde las ventanas ya languideciendo.

Aunque tenía idea de dar ya por finalizada mi pequeña aventura de apenas 10 o 15 minutos, al ver el chino nuevo de Mira el Sol abierto, decidí pasar a comprarme una bolsa de patatas fritas. Tenían un plástico transparente a modo de cortina en la puerta, no sé bien cuál era la función -antes del coronavirus la puerta estaba diréctamente abierta todo el rato- pero le daba aspecto "hospitalario". El caso es que pasé, cogí una bolsa de patatas fritas y la puse en el mostrador. "¿Cuánto es?" "1.70"  Joe, no está mal pagado -pensé. Pero en seguida me dije que lo daba por bien empleado, que esta gente no creo que hicieran muchas ventas en el día, ¿cuánto se sacarán? No creo que mucho. Mientras sacaba un par de euros del monedero vi las bolsas de gominolas. "Y esto también" Hurgué en el monedero para sacar otro euro pero no me quedaban más que monedas pequeñas. En la cartera solo me quedaba un billete de 50 euros: "Solo tengo esto" -le dije con cara de circunstancias. No me puso ni una pega sino que más bien se le vio contento de que me dejara un euro más. Me dio el cambio, y me fui para casa, pensando contenta que al día siguiente podría volver a salir para abastecer mi nevera.

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