domingo, 9 de agosto de 2015

Un ejercicio de nostalgia inesperado

Aprovechando la holganza de las vacaciones y mi plena disposición de tiempo, me he animado a pintar la pared del "pasillo" y el techo, que hace ya mucho tiempo tenía en mi lista mental de "to dos". 

Con estas cosas sabes cuándo empiezas pero no cuándo acabas, porque siempre te lías más de lo que tenías previsto;


Por ejemplo, en primer lugar tuve que bajar tooodos los libros de las estanterías,



Y ya al darme cuenta de la de roña que había en los estantes, ¡a descolgarlos para limpiarlos a conciencia, y de paso facilitar la tarea de pintar!...



Las gatuscas encantadas de ver movimiento, explorándolo todo con interés, hasta que el carrito de los libros se colapsó por el peso de tanta sapiencia entre líneas.


Y ya que los libros estaban abajo, decidí pasarles el aspirador para quitarles esa buena pátina de polvo y roña que acumulaban.

Entre las hojas (sobre todo entre los libros de la carrera) encontré muchos "papelitos" que me retrotrajeron a otra época; una planificación de estudio, resúmenes para los exámenes escritos con una letra que ya no es la mía, una nota de Guy felicitándome por haber acabado mis exámes, otra de amorcito y "reconciliación", una foto de un bebé al que estuve cuidando para ahorrar para mi interrail, otra de Ángela y mía del 92 cuando vino a visitarme a Ámsterdam en mi año Erasmus... Fue ciertamente un inesperado ejercicio de nostalgia.


Aprovechando la tesitura me deshice de unos cuantos libros que sé positivamente que no voy a echar de menos: libros de estadística de la carrera, guía del curso 97-98, guía de windows '95... y joyas así que serán de mayor provecho recicladas en papel higiénico, mismamente. 

Deshacerme de cosas suele tener para mí una carga simbólica nada desdeñable que, después de vencer una resistencia reaccionaria dentro de mí, por alguna razón me hace sentirme satisfecha y orgullosa, liberada no sé de qué.

En el murito que hay entre las puertas de la cocina y el baño, escondido detrás de un espejito, había desde hace muuucho tiempo unas marcas de las alturas de algunas personas allegadas; Guy está, así que tiene que hacer al menos once años. Me molaba tenerlas ahí, me recordaba a las marcas con que mi padre seguía el crecimiento de mi hermano y mío en la pared de nuestra habitación... así que mi primer instinto fue conservarlas poniendo una cinta de carrocero para protegerlas al pintar.


Pero luego, una vez retirada la cinta pensé... "Laura, evoluciona. Hazle una foto y pinta sobre ello." Y así lo hice. Otro pequeño ejercicio liberador.

Ahora mi pared está blanca, blanco nieve, tabla rasa. Mola verla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario