martes, 1 de septiembre de 2015

Kintsugui veneciano

Serían como las siete de la tarde pero por la luz parecía que estaba ya anocheciendo. Me asomé a la ventana para mirar el cielo y le dije a Laura: "Me da a mí que va a caer una buena tormenta de verano, esta luz no es normal. Pues hala, vamos a vestirnos y salimos a la calle a recibirla con mi macroparaguas arcoiris." Y así lo hicimos.

Fue poner un pie en el suelo y levantarse un vendaval que se llevaba volando bolsas y demás basurilla del suelo y ya no las veías posarse más. Las ramas de los árboles parecía que iban a correr la misma suerte, y salir volando, arrancadas de los troncos. Había un bulldog francés con su humano, acojonao y negándose a avanzar (digo el perro) -parecía todo un poco apocalíptico. Íbamos con los ojos guiñados para evitar que el polvo que arrastraba el viento nos cegara, cuando, de repente, un relámpago. Esperaaa... ¡¡¡Brrrruumm !!! el trueno... pero nada de lluvia.

Al cabo de bastante rato andando estalló ya la tormenta en plena potencia; la lluvia hacía un ruido considerable contra el paraguas, que yo tenía que coger con las dos manos para que el viento lo se lo llevara. Y no se lo llevó, pero me lo volvió del revés en un par de ocasiones. De cintura para arriba conseguimos mantenernos secas; otro tema fueron las piernas; los pies, calados, ¡cómo me gustan las tormentas de verano! 

Pero a mi pobre veneciana no le gustan tanto; a la vuelta del periplo ví que me había dejado la persiana de mi habitación bajada, y la pobre había sufrido las consecuencias del vendaval; los hilos que sujetan los palitos que componen la persiana se habían roto y destrenzado, dejando totalmente sueltos lo que parecía un buen manojo de espaguetis XL. Tambien una pequeña parte de arriba se había desgarrado, ¡qué lástima deba verla!
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Al día siguiente me puse manos a la obra para enmendar el desaguisado provocado por la tormenta. Busqué por casa un hilo que pudiera cumplir la función, y lo más aproximado que encontré fue un ovillo de lo que creo que es hilo de bordar. Parecía resistente, y de un grosor parecido ... el fallito era el color; teja en vez de blanco. Pues iba a tener que valer. Después de valorar los daños y planificar su reparación, ahí que me puse.

A medida iba arreglando la persiana me iba molstando menos el color del cordón, y le dije a Laura: "Esto es como las restauraciones de edificios o antiguedades, que a veces se hacen para que se note lo reparado." "Sí, pero lo hacen parecido, no totalmente distinto." Vaya


Pero a mí me estaba gustando cómo estaba quedando así; tal vez porque tengo una gran habilidad para engañarme a mí misma, así que continué satisfecha pasando pacientemente el hilo con la ayuda de una aguja; un palito arriba, uno abajo, arriba, abajo....



¡Terminé! Toma ya, quién hubiera dicho que iba a acabar tan bien. Ah no, que aún queda lo de arriba.


Mirándo el resultado final le dije a Laura, ¿a ti no te pasa que las cosas que has arreglado las miras como con más cariño que antes de estar rotas? Quizás por la satisfacción de haberla dejado tan bien y tan apañá, no sé" 

Y me acordé del Kintsugi, el arte japonés de arreglar fracturas de la cerámica con oro; "las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia". 

Como mi veneciana.

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