miércoles, 25 de diciembre de 2013

Allanamiento de morada. Segunda parte

Me desperté el lunes sabiendo lo que me tocaba; entrar en casa de Jorge. Intenté por si acaso llamar a su amigo Juan para razonarle que quizás era mejor que viniera y entrara él. Así se desarrolló la conversación más o menos:

-Yo había pensado que quizás es mejor que pases tú, que eres su amigo.
-Pero, ¿para qué te dio las llaves a ti?
-Me las dio hace tiempo, cuando vivía su madre, por si pasaba algo... no sé.
-Bueno, entonces puedes pasar, yo creo.
-(¿comorr?) Vale, mira -derrotada- ahora voy. Te llamo en cuanto sepa algo.

Total, que cogí las llaves del ganchito del que solo se descolgaron en una única ocasión en que Jorge las necesitó, y bajé los ocho escalones que me separan de su rellano aferrándome a ellas. Oí una puerta cerrarse un piso más arriba y pasos bajando... ¡mi vecino Hector!

-Tengo un marrón -le solté en cuanto le tuve delante- Jorge está desaparecido desde hace tres días y tengo que entrar a ver si está dentro. No sé ni lo que me voy a encontrar.
-Ostras -dijo Hector con la cara de circunstancias que requerían las circunstancias- ¿Quieres que me quede aquí por si... ?
-Pues sí, si no te importa... 

Con gran acojone en el cuerpo, metí la llave en la cerradura y abrí la puerta -juro que chirrió. Al hacerlo vi un pasillo oscuro, con papeles y bolsas y cosas por el suelo. Olía todo a cerrado, a rancio. "¡Jorgeee! Jorge... soy yo, Laura!" No recibí respuesta. Intenté encender la luz, pero no funcionaba. Probé en otro interruptor más adelante, con el mismo resultado. Todo estaba muy oscuro; tanto que tuve que volver a casa a por una linterna.

La única linterna operativa que encontré fue una de esas que van con dinamo. Las pilas "auxiliares" se le gastaron, de manera que para que dé luz hay que darle a la manivela constantemente, y en los periodos entre "apretones" apenas ilumina. Pero es lo que había. Pertrechada con ella me volví a adentrar en la "gruta".

Ahora lo recuerdo todo como en una película extraña; fogonazos de luz iluminando esa oscuridad rancia y sórdida, siempre acompañado del extraño sonido de los engranajes de la linterna: "fuichi fuichi fuichi", tropezando con papeles, ropa, medicinas por el suelo. La cocina, el baño... todo un caos mugriento. Muy mugriento y muy oscuro; todas las persianas bajadas. Por fin llego a la habitación -"que no esté, que no esté..."- ilumino la cama a fogonazos, un revoltijo pardo de sábanas y mantas (fuichi, fuichi). Un terrible alivio en medio de aquello; no está en la cama. (Fuichi, fuichi) tampoco está  en el suelo, (fuichi, fuichi) ni debajo de la cama...

Salgo de la casa en estado de shock, y Héctor está mirándome, interrogándome con los ojos como platos. "No, no está -le digo resoplando- pero no veas lo que hay ahí... ¡uf! preferiría no haberlo visto, de verdad."

Un par de días más tarde por fin encontraron a Jorge: llevaba todo ese tiempo interno en la UCI del Ramón y Cajal, con una pulmonía, que casi se queda en el sitio. Pero parece que se va a recuperar.

Después de mucho asimilar y reflexionar sobre lo que había visto en la casa decidí "chivarme" a su amigo y a su tía de 85 años (que también se puso en contacto conmigo) sobre el estado en el que vive Jorge, para ver si pueden ponerle un asistente social que le atienda; es imposible que este hombre pueda estar bien mentalmente viviendo en esas condiciones.

Les pedí a él y a su tía que no le dijeran que yo había pasado a su casa, porque se iba a avergonzar de que yo la hubiera visto. La siguiente vez que hablé con la tía me dijo tan campante: "Le dije: cuando salgas de aquí tenemos que hablar, que tuvo que entrar tu vecina en tu casa a ver si estabas y menuda se encontró. ¡Ni luz tienes!". Anda mira. Muchas gracias, tía de Jorge.

En fin, tremenda historia navideña... aunque con final relativamente feliz. A ver por dónde va saliendo la cosa...

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